martes, 11 de agosto de 2009

Quincedemarzodedosmilnueve

martes, 11 de agosto de 2009
Un encuentro fortuito, de esos que atan tus manos al destino y encadenan tus pensamientos al presente y más allá.

Una conversación infinita, de esas que a las seis de la mañana no están más que empezando.

En los escasos minutos que cada día dedicaba a mi reflejo, mis latidos se encogían de pura soledad, de frío, de oscuridad, de necesidad.

Un escalofrío recorría mi columna, que sujetaba mi endeble cuerpo a esta gravedad terrenal y que no hacía más que volar por un cielo azul de esponjosas nubes blancas, para luego chocar con un nubarrón más negro de la cuenta, que se empeñaba en mojar y estropear el paisaje.

Muchos nubarrones recuerdo.

Cierro los ojos y trato de recordar algo más que oscuridad en esos días de irreverente monotonía. Eran minutos sin vida, y cada segundo se desvanecían un poco más. La oscuridad se adhería a mí, y me congelaba cada minúsculo milimetro, haciendo de mi existencia un completo sinsentido, en el que los espejos mostraban un ser cada vez más evanescente que un día, terminaría por desaparecer.

Y es por eso, que si miro hacia atrás, me da miedo ver algo más que oscuridad. Era todo tan oscuro que mi voz era una ironía y mis palabras, burlas.

No tengo recuerdos de mi muerte, solo partículas de momentos que viví, que aparecen en mis sueños y que siempre acaban huyendo.

No quisiera entretenerme más de lo que debo en esta clase de asuntos, para así seguir construyendo la historia que continuó.

Tras mi desmemoriada aventura, llegó otra nueva.

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